sábado, 4 de octubre de 2014

Breve reseña de Fray Juan de Langosto, hombre dotado, por más que malévolo y frío, arrancada de sus mismos labios en los primeros días de vida de EL LIBRERO DE CORDES. Añádese que fray Juan andaba en ese momento levantando la pared de un aprisco que se le había caído la noche de antes y, al no ser de fácil consolación, quiso acaso pisar más alto que Dios, de ahí quizá las oraciones en clara síntesis interjectiva, amén de su vocabulario caudal, capaz de herir, con simple entonación, a las más altas jerarquías tanto de la Gloria como del Averno.

Da en decir, el mal disimulado, que una tal monja es capaz de ser y estar sin estar ni ser. Vale por francesa, pardiez, pero no por monja, que yo las he conocido a racimos y tienen todas las mismas esquinas. Además, el apasionado, nos regala tiros y zambombazos varios: ya te correré yo, sovivo. Y va y el cura viejo, eminencia que había de ser, no es más que un antojo de nicotinas y baba. Lo más granado, vamos. Y luego, los de la librería, para qué, un atajo de mala simiente. Pero es que no se detiene el autorcillo con tales majaderías, es que se va más allá, es que pone a la monja a conducir como posesa, qué digo, como energúmeno, y llegado el caso, dice que se la vio armando no sé qué artefacto y soltándole a dos o tres tal quema que ni en las simas del más profundo laberinto en las veredas de los infiernos se da combustión tal eficaz. Y, por supuesto, un tal profesor no sé qué había de ser, mire oiga, lo mejor de lo más granado, salvando a la humanidad con la atenuación de su propia estupidez. Cabría, si autor tan poco dotado fuera capaz, cabría haber dado un tonillo menos anticlerical, sin ser que tal sujeto ofenda, aunque nos pica, y haber pintado a la monja, al monje y a la madre que los parió a todos un poco menos apasionados, hasta con algo de agudeza, sin tanta sombra, ni nube, ni extremo. Dicho lo cual, yo no indulto al autor, culpable en grado, lo condeno abiertamente, explícitamente, santamente y me rio de las consecuencias, que espero sean varias. Adiós.

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El librero de Cordes



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