lunes, 28 de febrero de 2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

Adaptación

Hubo un tiempo

La catedral del mar

DE LOS SISTEMAS BIOLÓGICOS

A punto ya de retirarse de su cátedra en el Instituto de Tecnología Aplicada, don Bernardino Roig, punto cansado aquella tarde, levantó la mano en su biblioteca y alcanzó dos volúmenes del Quijote. Hombre de difícil convencer, escorado siempre hacia lo raro e inaudito, dudó entre dejarse persuadir por una edición en tapa dura, magníficamente encuadernada y sabiamente ilustrada por los dibujos de Doré —algo floreados y pizca romanticones— o entretenerse con una edición más minera, menos sutil, hasta con lamparones en la portada y algún desgarrón en las hojas. Dudó, como se dice, varios minutos. Por fin, harto de titubeos, dejó ambos libros y se sentó. —Que cosa —pensó—, cuando don Miguel publicó su obra se le echaron encima diciendo que era cosa de ficción, y con tal baldón anduvo mucho tiempo, acomplejado y taciturno. Don Bernardino, en momentos así, gustaba despeñarse por los abismos de su propia intuición, laberinto delicado, pero sostén de una gestación de la que estaba razonablemente orgulloso. —Claro que era obra de ficción, naturalmente, producto de la modalidad más moderna y más compleja que aparece en la evolución de las especies —hizo una pausa, se tomó tres segundos y acabó—: el lenguaje. No bien dio con la palabra ansiada, necesitó beber, tanto había sido el esfuerzo. Caminó hasta la cocina y allí se sirvió un vaso. Justo antes de que empezara a trincarse el agua, don Bernardino, que siempre iba de lo particular a lo universal, encontró, acaso flotando a la deriva, como náufrago incómodo, otra duda: —En definitiva, ¿de qué no puede desprenderse un sistema biológico maduro, una vez cumplidos los requisitos de la subsistencia? Ante esta severa incertidumbre, optó por tragar. Lo hizo con estudiada serenidad, como si alguien oculto u ocioso le estuviera mirando, o sea, con la mano izquierda metida en el bolsillo. Al acabar, dejó el vaso en la fregadera y lo enjuagó. Y allí, justo en la fregadera, le vino la respuesta. —De la ficción. Bastante menos contrariado, se volvió a la biblioteca. Se sentó y no necesitó tocar los libros para decir lo que dijo. —De la ficción, porque a través del relato imaginario entiende el ser humano su propia realidad. Ya sentado, cerró los ojos, contento con su salerosa manera de pensar y, antes de clavarse una merecida siesta, quiso cerrar el círculo de sus cavilaciones, por eso exclamó, medio sonriendo: —Pues, acabáramos. Y se durmió.