domingo, 7 de febrero de 2010

EL PADRE ISLA, ALIAS ZOTES

A punto ya de retirarse de su cátedra en el Instituto de Tecnología Aplicada, don Bernardino Roig, hombre como pocos aficionado a revolver papeles y a esconder en insólitos lugares notas y trastiendas, halló, no sin asombro, unos apuntes viejos. Decían, para su preocupación, que una vez leyó al Padre Isla en aquel libro tan famoso como no transitado (acaso por sus pecados) Fray Gerundio de Campazas. Sintió el sabio el aguijón y la lumbre del estudiante y anduvo desnochado queriendo volver a ver a tan ilustre predicador. Dio con él, como era normal, en aquella su librería vastísima. Y caló, y leyó. Mas, confuso, lo dejó. Sin embargo, aquel sueño que le vino tan después, acaso porque le entró mala conciencia por haber dejado abiertas las maletas del leonés, fue pesado y amargo. Estaba, cómo no, en legítimo debate con el mismísimo padre Isla y le daba éste galope como pocos habían podido. ---Que no debe usted ser tan allá, don cual, que debe usted quedarse más cerca, don nadie. ---Yo siento... ---Usted nada siente, don otro. ---Yo siento... Y en esas estaban, cuando, por la puerta y en traje talar, fue entrándose, sin mayor miramiento ni consuelo, el propio fray Gerundio. ---Diome este hombre ---y se refería a su padre--- traza de mentecato y de escaso latino. ---Que no, que te di fama de latino, doblado, eso sí, pero latino. ---Hízome este padre de tal índole que ríen sin pausa los que me construyen cada día en su lectura. ---No es cada día, que se dice cada nunca, porque tienes menos lectores que entretelas un muerto. ---Criome este Isla.... Pero hasta aquí llegó el diálogo, que don Bernardino andaba harto de monsergas entre padre e hijo, entre Isla y Zotes. ---¿No será que usted, don padre, tenía también un allá mostrenco? No llegaron a las manos, pero se las tuvieron sin manos. Interrumpió don Bernardino, asustado. ---Tengan paz, caballeros, que es más de señores habérselas dialogando y no riñendo. Y volvió a su siesta, que es de hombres buenos. Al día siguiente, guardó a Fray Gerundio y a su padre en hondo estante y siguió la trifulca de cada hora, no fuera a despertar otros fantasmas remendones y caducos. Mas dicen que tuvo dolor de cabeza, ¿no sería, acaso ---pensó alguno---, por mal administrar adjetivos?