miércoles, 19 de enero de 2011

Necrológica

A punto ya de retirarse de su cátedra en el Instituto de Tecnología Aplicada, don Bernardino Roig, que acostumbraba a tener en poco el ruido y en más al estudio, recibió la urgencia de una nota en la que se le conminaba ---con cierto aire de solvencia poco recomendable y hasta insolente, incluso--- a dar luz una necrológica que, por lo expuesto e ingrato, dejó harto recomido al sabio.

Mandaba la misiva que, en vistas a la necrología, gastara unas cuartillas en reconocer las valías de cierto dictador hacía unos lustros fallecido.

---Triste teatro ---se dijo y, algo vacilante, se detuvo a contemplar el escrito.

Por fin, victorioso, rastreó en su memoria y, si bien un tanto contenido al principio, después, largó las siguientes líneas:

“Dicen de ti, príncipe, que ganaste una guerra, incluso que ganaste una paz.

Dicen de ti, príncipe, que ganaste un tiempo largo, largo y gris, perezoso y ventoso.

Sin embargo, tendrían que decir de ti que perdiste una historia y que las gentes se apergaminaron viéndote envejecer y que tu edad fue la edad de las gentes, a las que contaminaste tu senectud. ¡Qué barro el de tus días! ¡Qué crimen el de tus horas! ¡Qué asco el de tus minutos!”

Contento ---aunque aburrido---, cerró la necrológica.

Ya en la cama se despertó, forzado por el remordimiento: no había hablado de los muertos. Los muertos, pensó, los muertos se regocijan de que esté muerto, ya lo tienen en sus manos.

Y, quizá más tranquilo, buscó el sueño, esa bendición de los hombres buenos.