viernes, 18 de noviembre de 2011

NUEVO CAPÍTULO DEL HIDALGO DON QUIJOTE Y SU ESCUDERO SANCHO

DE LO QUE ACONTECIÓ EN UNA POSADA CUANDO SE LEÍA UN LIBRO VANO

Y fue que, estando don Quijote a medio yantar en posada de no mucha lisonja, se levantó uno de aquellos que parecía de mejor lustre y reclamó la atención de los presentes:

---Esta que oirán, señores, no es historia de autor que sin turbación bellaca no anduviera cierta noche en vela y, cansado, no diera en llamar aventura a lo que acaso más tenga de pesadilla melancólica y triste, por ser la última que don Quijote, caballero en rocín de poco tronar, y Sancho, señor de las ancas de su pollino...

Con lo que el propio don Quijote, apellidado de último, izó velas y se puso en pie, clamando tan fuerte que el lector se calló, entusiasmado de ver hecha cierta su lectura, y los oidores se pasmaron, asombrándose de ver vivo lo oído.

---Vénganse a mí, vuesas mercedes, que ando de tanto cabalgar duro de espina y molido de imaginaciones, y verán si fue o es o será última aventura la que ese majadero escribiere.

Dicho lo cual alzó espada, dio paso y traspaso y tropezó con un taburete que, a la sazón, le estaba esperando, cayendo cuan redondo podía ser el enjuto caballero.

Risas hubo, que no pocas, y algún aplauso.

---Malhaya, caballeros, tan espantosa ingratitud, pues de nada se os priva ---dijo el caído---, con tan poco precio tenéis lectura y risa, que no es poco almíbar para fruta tan seca.

---Oh, maestro ---abrió la boca el lector, algo recuperado de las risas---, nos habéis de perdonar tan tremenda ofensa ---y se lanzó de hinojos, implorante y lloroso---, válganos el pavor que vuesa merced nos provoca y venga, si lo autorizáis, media arroba de vino a poner la sangre que no ha de correr.

---Tal decís, mentecato ---bramó don Quijote desde el suelo---, mas para una que decís, al menos decís bien, que no es mal contrato beber y no matar, aunque por justicia debiera seros cruel ejecutor.

---Las gracias os he de dar ---dijo el que había leído, y extendió la mano libre, y levantó sin pesares a don Quijote, que pesaba poco--- pues jamás sin arrojo y con valor os conducís, pero sabéis, buen cabalero, hallar la justa medida en la que vuestro dictado no acomete y perdona.

---Llaman a ese estar, sabiduría ---se metió otro.

---Otros dicen de eso locura ---terció don Quijote, ya en pie y sereno---, porque el que deja enemigos a las espaldas, bien sabe que le vendrán también tras ellas.

Y en estas estaban cuando se abrió la puerta de la posada y entró Sancho, que no pudo ver a su amo por los suelos, y que fue mejor, porque de haberlo visto, quién sabe los palos y los ayes que se hicieran. Pero, sintiendo a tanto ángel revoloteando en torno a don Quijote, quiso entender bien el caso y proclamó, no sin hacerse un hueco entre los senadores:

---Tendrán estos caballeros el gusto de apartarse, pues el amo ha de poder cenar sin atropellos, que cosa tenida por fermosa es llenar las faldas con tocinos y morcillas, aunque no se lleven alpargatas.

Rieron la gracia los presentes y sentose don Quijote en compañía de Sancho.

---Has de saber, amigo Sancho, que estos que aquí ves...

---Diablos son ---cortó Sancho, hosco.

---No, pardiez ---dijo don Quijote, encendido--- sino hombres buenos y no viles.

---Ya me lo parecía, amo ---repuso Sancho, queriendo espantar la mosca---, que tanta bondad hay en cualquier parte, y más aquí, en esta posada.

---Pues sí, y no debes sospechar, que son amigos.

---Amigos serán, pero lejos los quiero yo.

---¡Ay, Sancho, tanto has de aprender!

---Y que lo digáis amo, mas para encontrar buenos ya me valgo yo.

---Déjate de búsquedas y de encuentros y date al plato, que se te enfría y hoy cenas bacalao, que es viernes.

---Feo invento ese, aunque piadoso ---terció el escudero---, el de comer pez en vez de almorzar comida.

---¿Ascos haces?

---¿Ascos? Vuesa merced ha de conocer que me comería un vendaval, cuando no, todos los peces de la mar.

---Bárbaro te veo, amigo.

---Barbado también, que días ha que no me rasuro las quijadas.

---No temas, que al bacalao tanto le da.

---En eso cerramos, amo, que a mí también.

Y acabada esta gastronómica conversación, don Quijote, que acaso estaba más pendiente de los pelillos que de las espinas, alzó la voz y se dirigió sin más a los otros comensales, que a la sazón andaban ya digeridos y cabizbajos.

---A fe que siento curiosidad, buen caballero, ¿qué leíais con tanto arrojo?

Uno hubo que dio con el codo al dormido, que era el lector de antes, y este resolvió con aquello de:

---No quisiera yo herir a tan gran señor con más habladurías.

Entonces don Quijote se levantó y se acercó a la mesa.

---¡Hablad, en nombre de tal!

Un poco asustado por las maneras del hidalgo, el dormido lector se apretó en la faltriquera el volumen de a ocho que guardaba.

---No tengáis pena, señor don Quijote, letras inventadas que hacen correr algunos galeotes.

---Dadme pues el libro, que yo veré si trata bien a quien bien ha de tratar o se ensucia con los lodos de la mentira.

---Eso hará, sin duda ---voló un tercero.

---Mas para sabello, es de justicia leello ---se empeñó don Quijote.

---Dejad, son embustes ---vino un cuarto.

---Caballeros, embustes o faltas, ranas o camellos, dadme el libro o juro por las barbas de Bribón, el más terrible de los magos de Oriente, que esta noche habéis de penar.

---¡Haya paz! ---dijo Sancho, sin parar de tragar---Dadle el libro al amo, que tampoco se lo va a merendar.

Y allí le alargó el libro el que antes porfiara en desengañar a don Quijote.

---La aventura del saco de vientos ---leyó el hidalgo, enfurecido---, ¿qué es esto?

---Bah, no hagáis caso, una de vuestros lances, maestro don Quijote.

---¡No me llaméis maestro, botarate, que esta es historia que no está vivida y que no se ha de escribir!

Y buscó don Quijote al autor, y leyó la su gracia, que no era otra que fray Juan de Langosto, canónigo en la colegiata de Soria y maestro en latines por la universidad del Burgo de Osma.

---Pasman los titulillos, señores ---dijo a la vez que no apartaba la vista de las páginas---, y pasma la valentía del autor, que siendo algo se llega a mentir y se olvida de rezar, cual es su oficio, y pasma lo angosto de este Langosto, que en pocas letras y en octava me sigue la raya, no sabiendo de mí ni la estatura.

---Ya dijimos a vuesa merced que no era libro al que había de dar crédito.

---¡Ni crédito ni renta, zotes!---gritó.

---Dejad el libro, señor, que los libros no son de yantar y las horas pasan y algo habremos de dormir ---intervino Sancho, melancólico ya con la pausa de la cena.

---Dejarlo, sí, he, el libro, y a su autor, si lo encontrare, cuatro palabrillas le iba yo a contar, para que sepa qué decir y deje de inventar, que por mucho inventar no se llega a puerto, pues inventar viene del invenire latino, que dan los buenos por descubrir, pero yo afirmo ser cierto que es ir para adentro, como los cangrejos.

---Tanta razón tenéis, señor ---dijo el lector, ya despierto---, que el padre san Isidoro de Sevilla ha debido oírlo y allá estará, en la gloria, gozando de tanta verdad.

Pero don Quijote se mostró en este punto alicaído y un punto dominado, oblicuo en su estar, diríase, y viendo que todos callaban, cerró con aquello que tanta pena puso en las mientes de los presentes:

---¿Qué seré yo que soy hijo de tantos padres y que, después de llevar cuatrocientos años muerto, vivo con vida tan infeliz?

Sancho se levantó por fin, viendo a su amo derrotado y sufriente. Le tomó la mano y besósela, y en un gesto que algo tenía de reverencia, le dijo:

---Déjese vuesa merced de andar por breñales, que espera la cama, y mañana otra aventura, que por ventura no ha de acabar en desventura, y goce de las finas sábanas de hilo como en este castillo sin duda nos sabrán dar, que no todo en la vida ha de ser penar y que peor hambre no hay que la que siente el que no tiene dientes.

Alzó la cara don Quijote y miró con admiración a su escudero.

---Ves, Sancho, por qué te he de querer tanto, porque das mesura a la desmesura y porque contigo, otros cuatrocientos u otros cuatro mil años he de pasar sin gasto en melancolías, que mis audacias se deslizan por pías cuando las comparo con tu regalía, que es el tributo de mis días.

---¡Olé mi poeta ---brilló Sancho---, que en verso consonante ahoga las malicias!

Y ambos se abrazaron, y los que allí estaban lo celebraron, y hubo zambra, que ya no era hora de charlas.

FIN DE ESTE NUEVO CAPÍTULO

COMPUESTO POR

FRAY JUAN DE LANGOSTO